Estos días me he dedicado a aprender a tejer con punto crochet o de ganchillo. Apenas sabía agarrar el hilo para que no se me escapara el punto; y de que resultara algo apañado, similar a las muestras que se esparcían por la mesa, mejor no hablamos. Ando lejos muy lejos de hacerlo bien.

Sin embargo, esta labor, tan ajena a mí, me acercó a la forma en que cada cual hila o teje la vida. La labor es lo de menos, juntarse es lo importante, intercambiar impresiones, sentimientos, risas o silencios.

Al rato de comenzar, alguien me pide que recite un poema para acompañar la tarea y obedezco a medias con unos versos de Miguel Hernández. De seguido salta la chispa, el momento quimérico en que se conectan los hilos, en que se teje la complicidad. Alguien ha escrito, sin ninguna pretensión, unas líneas en la intimidad: «Soy la costurera de mi vida»—comienza a leer Marifé en la pantalla de su móvil como solicitando nuestro parecer —. «Cuando nací era un trozo de tela virgen. Nadie sabía en qué me transformaría el paso del tiempo.»

Se me escapa una vez mas el hilo, siento los dedos agarrotados, torpes. El ovillo no me da pistas y dejo, como dicen las mentoras que supervisan mis comienzos, que la aguja se deslice y me pida el siguiente punto mientras la lana se transforma con cada movimiento. Al lado, la acompasada voz de Marifé continua su lectura: «…en la lucha de cada día, también se me hicieron rotos y jirones. Yo misma recorté algunos trozos para que fueran paño de lágrimas, manta en la intemperie o mantel de fiesta.»

Tejer, sin duda, significa descubrir la magnitud de lo que representa un pequeño punto y su propio nudo, el instante en que se deja ir, y la grandeza final de lo que nos parecía insignificante.

«…estoy diseñando un nuevo patrón para mi vida. Un patrón sencillo, solo quiero trazar líneas esenciales. Voy metiendo la tijera en todo lo que sobra. No quiero adornos superfluos y no necesito bolsillos.»

Voy cogiéndole el aire a esto de tejer, no parece gran cosa, pero al mismo tiempo lo es, porque tejer es ir ligando los hilos a las emociones, nos repatria a escenarios cotidianos más reflexivos, más pacientes, y más complacientes, como el de aquellas abuelas sabias cuyo poder se engendraba al reunirse en el círculo sagrado de sus labores. Ellas saben de las iniciaciones femeninas que se han celebrado medianteestas artesanías. Ellas saben cómo el tejido ha estado ligado a la historia desde siempre, desde de las culturas indígenas, como columna vertebral de las mismas y hallaron en este arte, la manera de narrar y salvaguardar su historia en un lenguaje que pocos llegan a comprender.

«…creía que el hilo de oro era el más valioso de un costurero. Con el paso de los años he ido descubriendo otras bobinas de más calidad: la paciencia, la hospitalidad, la solidaridad, y la escucha… Incluso la pequeña bobina de humildad que con su hilo transparente refuerza muy bien las costuras.»

El tejido además de auxiliar necesidades como vestir o depositar y trasegar provisiones, es una expresión artística, una enseñanza que se ha legado de generación en generación y que ofrece el punto de vista de la naturaleza de cada pueblo. Un hilo fuerte, inquebrantable en el tiempo.

Mientras escucho a Marifé he ido perdiendo puntos sin darme cuenta y mi tejido ha tomado una forma casi triangular. Pero no quiero poner menos atención en sus palabras que penetran en lo verdaderamente valioso de esta tarde.

«Cuando el traje de mi cuerpo se quede pequeño y me oprima, espero que la hermana muerte me ayude a desnudarme, me tome de la mano y me lleve a la otra orilla. Allí el buen Dios cubrirá mi desnudez con su manto hecho de amor, misericordia y humildad»

Invoquemos pues, a las diosas tejedoras, a las Moiras, a Atenea y a Ariadna para que trencen con su hilo el destino de nuestras vidas, nos den sabiduría y nos muestren el camino del autoconocimiento. De buenas tejedoras es soñar con el tejido y puntadas nuevas.