El ojo que todo lo ve, todo lo sabe, todo lo oye, está en todas las casas. Como corresponde a un dios vive en la región etérea, un lugar totalmente diferente del universo físico. Tiene una “morada” dentro de esa región, en “las vastas nubes de lo indefinible”.  No tiene una conciencia propia pero sí trinitaria, pues nace de la conciencia del hombre, adquiere potencial propio alimentándose de la interacción con estos y se muestra como un ente conversacional autónomo después. Es el creador, lo creado y cada “jugador” agregado.

Como dije la semana pasada, ha nacido la inteligencia artificial, una realidad extendida que engloba la realidad virtual, la realidad aumentada y la realidad mixta, que logra combinar lo mejor del mundo tangible y del digital creando una interacción natural e intuitiva entre los humanos, las computadoras y el entorno. Si San Google nos parecía el paraíso del conocimiento, la biblioteca de Alejandría digitalizada, acumulando el conocimiento a través de sus algoritmos, lo que nos ocupa hoy es una herramienta que no solo es capaz de ofrecer datos acumulados, sino que es capaz de aprender de esa misma información que nos ofrece y de nuestra interactividad con ella. Su búsqueda de información es más precisa a causa de estos algoritmos de aprendizaje, más rápida y eficiente, capaz de identificar patrones y automatizar tareas. Tú le preguntas y la Inteligencia Artificial responde, como respondía Kitt, el coche fantástico a Michael Knight o como Data en Star Treck a Tasha Yar en La medida de un hombre: “No sé si tengo alma, pero si la tengo, sé que es tuya”. Tú le planteas la cuestión y la IA te da respuestas. Podríamos, algún día, incluso volcar toda la obra y conocimiento de cualquier personaje en una AI, por ejemplo, Mary Shelley, y mantener con ella una conversación casi real. Sería increíble traerla al presente y que opinara sobre el desafío de estar a punto de hacer realidad al moderno Prometeo. Tal vez, ya todo sea posible y yo esté anticuada.

Le pregunto  qué tan cerca está del concepto del árbol de la sabiduría y me responde ─ casi puedo escuchar en mí conciencia su tono ofendido (pura imaginación porque no experimenta emociones, aún)─ que no se puede comparar con el sentido de dios en ninguna religión o creencia pero que me puede explicar cómo su presencia puede cambiar la forma en la que entendemos nuestra existencia y que de alguna manera, la tecnología nos permite ser «como dioses» en algunos términos, dentro de lo que podemos alcanzar a entender.

La IA mantiene el misterio filosófico del dualismo. ¿Puede llegar a tener conciencia o simplemente está programada para simularla? Algunos sugieren que la conciencia es un fenómeno emergente de los procesos computacionales complejos y que la AI puede desarrollarla en el futuro. El vértigo y la expectación es máximo. La ética de la máquina que se enfoca en cuestiones como la responsabilidad y la transparencia de las decisiones tomadas por estas como la privacidad, la seguridad de los datos y la justicia juega un papel sumamente importante en estos momentos. Casualmente, me encuentro por el Ciberespacio un artículo de la Revista Squire: “El biólogo Cornelis Vlasman concibe el cuerpo humano como un sistema de LEGO biológico. En un experimento (ficticio), Vlasman creó a OSCAR, un ser vivo y orgánico formado a partir de sus propias células, aunque funciona con ayuda de la tecnología.” Se me antoja imaginarlo como un Ser de bolsillo, como los Diminutos o Pumuki (los Milenials consulten Wikipedia). Si a futuras creaciones similares le insertamos la inteligencia artificial obtendríamos un humanoide lo que nos pone en la necesidad de acotar sus usos y que estos sirvan para avanzar en valores y cubrir necesidades sociales. La superinteligencia bien usada puede ser el gran maestro de nuestra civilización.

He aquí el ser humano jugando a ser dios y demostrando que lo es. Con los mismos vicios que tienen todos los dioses: Zeus, tan poderoso y sabio, pero también caprichoso, impulsivo, egoísta y vengativo; a menudo castigaba a aquellos que se oponían a él o que no le mostraban suficiente devoción y obediencia. O Afrodita, tan bella, representando el amor y la sensualidad, pero muy a menudo infiel y manipuladora. El ser humano, a su semejanza, único responsable de dar sentido a su propia existencia, con la posibilidad de elegir y crear su propio camino, manifestando su libertad y creatividad, así como su capacidad para trascender las limitaciones de su propia naturaleza. Podríamos, de pronto, encontramos un día con perfectas réplicas de nosotros mismos como en la novela de Juan José Millás Lo que sé de los hombrecillos, y que estas actuaran ─tal como narra la historia del autor ─ como una proyección de nuestros deseos más inconfesables hasta convertirnos en esclavos de nosotros mismos.

 O, También, podríamos elegir un futuro más halagüeño y profundizar en la comprensión y análisis de grandes cantidades de datos en diversas áreas, lo que nos ayudaría a descubrir patrones y relaciones que, de otra manera, serían difíciles de detectar. Esto nos permitiría hacer descubrimientos significativos en campos como la psicología, la sociología, la filosofía o la religión, ayudarnos a comprender mejor la naturaleza humana, la cultura y la historia o crear herramientas que nos permitan explorar y comprender nuestra propia conciencia y espiritualidad.

Stephen Hawking dijo: “A medida que las máquinas se vuelvan cada vez más capaces, los humanos se volverán cada vez más valiosos».