Pastora y heroína- Primer Accésit

Por Marifé Ramos González (Santa Colomba de Somoza, León)

Hay heroínas de cuento y otras de película. Pero, si lees hasta el final, vas a conocer a una heroína, que representa a muchas mujeres rurales de estas tierras maragatas.

            A los 8 años me mandaron a trabajar de pastora a un pueblo de la Cepeda, para cuidar un rebaño de más de 200 ovejas. Era muy difícil conducirlas, porque los campos estaban sembrados y algunos dueños de las fincas eran peor que los lobos.

            Fueron años de mucho trabajo y soledad. Pasé frío, mucho frío, y cogí muchos catarros. En invierno y en verano llevaba unas sandalias hechas con trozos de neumáticos de coche. Hasta que no tuve 14 años no me dieron botas de agua. Recuerdo que los pantalones que llevaba estaban rotos por varios sitios. A veces nevaba tanto que me llegaba la nieve hasta la cintura, entonces no salía con el ganado y lo cuidaba en las cuadras.

            El recuerdo más bonito de esa etapa era cuando miraba las estrellas y la vía láctea por la noche o las fincas de pinos y los campos de flores por el día. Pero me duele que en esos años no me enseñaron nada, solo a ser pastora.

            De los 8 a los 17 años no vi a mi madre ni a mis 7 hermanos, aunque solo nos separaban 30 kilómetros. Mi madre fue alguna vez a la Cepeda para cobrar lo que le pagaban por mi trabajo, porque a mí no me dieron ni una peseta los años que estuve allí; yo ni siquiera sabía lo que era el dinero.

            Me pregunto por qué no pude ver a mi madre. ¿Tendría miedo de que yo quisiera dejar el trabajo para volver al pueblo con ella?

            A los 17 años pude volver a casa, con la familia, y trabajé para mis hermanos. Conocí a un hombre bueno, 10 años mayor que yo, nos enamoramos y nos casamos. Yo tenía 19 años y para mí fue una liberación. Tuvimos cuatro hijos; uno de ellos se nos murió con tres meses. Trabajamos muy duro, en el campo y con el ganado.

            Mi marido quiso que tuviéramos una vida mejor y decidió irse a trabajar a la mina, pero lo tuvo que dejar a los 6 meses. Estaba enfermo del corazón. Cuando él murió, volví a trabajar como pastora, con un rebaño de unas 700 ovejas. Trabajé mucho y no tuve vacaciones.

            Cuando me prejubilé, lo primero que hice fue ir al Instituto viejo de Astorga para aprender a leer y escribir. Al entrar en la clase me puse muy nerviosa y tenía ganas de llorar; me parecía mentira. Me puse en un rincón, con los brazos cruzados y con miedo a lo desconocido, como si no fuera verdad lo que estaba ocurriendo. Me costó mucho adaptarme, además tenía que ir a clase desde el pueblo hasta Astorga, en el autobús. Pero el día que rompí a leer me puse muy nerviosa, alborotada, y sentí que había merecido la pena.

            El profesor me ponía tareas para casa; a veces pedía a mis hijos que me ayudaran a hacer los deberes, sobre todo cuando me habían puesto una cruz en la hoja y tenía que repetirla. Quiero con locura a los profesores que me han enseñado a leer y escribir.

            Me gustan los libros que tienen las letras grandes y me gustan más los libros que las cuentas. En septiembre me matricularé en 4º. Quiero seguir aprendiendo.

Conozco a esta mujer desde que éramos niñas y ahora reconozco que no solo es una buena vecina del pueblo, sino una heroína. A pesar de la dureza de su vida, ha sido capaz de llegar a la meta y realizar el sueño que tenía desde la niñez. Cuando habla de su vida, cierra los puños con fuerza y tiembla de emoción. Confiesa que su vida ha sido muy fuerte, muy aburrida y muy trabajada, pero cuando mira hacia el futuro sueña con viajar y seguir aprendiendo.

Ella, como tantas mujeres maragatas, nos enseña a luchar, para que nuestros sueños se hagan realidad.

Sobre la autora:

Doctora en Teología Dogmática y Fundamental y Licenciada en Teología Pastoral.
Licenciada en Ciencias Religiosas.
Profesora en el CES Don Bosco (Madrid)

Ha sido premiada con el premio Alandar por su trayectoria en el campo de la teología, su compromiso con las mujeres y su papel en la Iglesia y en la sociedad.

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