No llevábamos mucho tiempo juntos, todavía éramos como dos extraños que se gustan.
Un día cuando fui a besarla, descubrí un olor a queso tras las orejas, a queso castellano, fuerte y curado. También olía en el cuello. Probablemente había estado comiendo queso y sin darse cuenta se había tocado allí. No me importó, me la comí a besos.
Lástima que el amor dure tan poco, estaba bien con ella, podía haberme perdonado, tan sólo fue un desliz, un tonto ligoteo en noche de colegas, pero no quiso. En el fondo creo que no le gustaba lo suficiente y el lamentable asunto le sirvió de excusa para apartarme.
Sentí perderla, pero lo que más me fastidió fue su negación, su rotunda y despechada negación a decirme… la marca de aquel queso.