por Marisa García González (Alcalá de Henares, Madrid)
El 8 de mayo de la pandemia.
Ella se coloca el chaleco rojo con la cruz blanca, los guantes y la mascarilla y se recoge el pelo en una coleta. Se la ve inquieta, pero pueden mas sus ganas de ayudar que un posible contagio. Por eso se ha hecho voluntaria. Andrea y su compañera Angélica, protegidas bajo su lema, como en una guerra, cargan en la carretilla los quince kilos de cada caja. Se empeñan y aunque delgadas, le ponen ganas. La consigna es no tocar nada y dejarlas en el suelo, pero como hay mayores y discapacitados, pasan hasta la cocina. Una señora amable, lo agradece tanto. Mientras, otra, que mira por la mirilla exige su parte, de malos modos. Como en un campo de batalla, pidiendo la ración que les toca. La informan que llame para que le llegue su caja, pero todo es emergencia y ellas comprenden lo mal que se pasa. En el extrarradio son rodeadas por muchos pequeñajos como si fuera en un campamento de refugiados. Ella lo sabe porque ha estado en el Sáhara. Es difícil encontrar a la agraciada. Se alegran por ella, pero todos quieren su parte. Los niños, esperan de sus manos magia, las acorralan y no pueden evitar que las toquen. Una mujer joven, de origen africano se muestra agradecida. Confía cobrar su ERTE y se siente avergonzada por tener que pedir comida. Ellas la animan. Hay mucha gente sin trabajo y les pasa lo mismo. Con una sonrisa, le dicen que pronto pasará esta pandemia y retomará su trabajo. Que tenga confianza. Otra madre con sus hijos en cuarentena, ya que el padre dio positivo y por eso, ellas fueron mucho más protegidas. Todos se hicieron la prueba, enfatiza, y son negativos. Ellas confían en su sinceridad, no hace falta que insista. Y se ponen en su piel fácilmente. Y otra mujer relata que sus hijos tienen dificultad para seguir las clases, agradece la ayuda y se ofrece, cuando todo pase, para echar una mano. Ellas informan que también pueden solicitar ordenadores. Le dan las gracias por el ofrecimiento, ya hay muchas jóvenes voluntarias. La señora de arriba lamenta la muerte del médico que llevaba sus asuntos, ahora se siente muy perdida, sola y sin ayuda. En los portales ven dibujos de arco iris y mil gracias. Con eso se dan por satisfechas y con la emoción latente en sus pupilas se van cansadas a casa.